AQUELLA SESIÓN DE FOTOS A DON ARCADIO HIDALGO

+Por Luis A. Chávez

Zona Centro

Luis A. Chávez - 2018-01-27

No recuerdo exactamente la fecha, pero sí que fue alrededor de 1983, 84, una persona me habló por teléfono para ir a la casa de don Arcadio Hidalgo, en Tacoteno, a tomarle fotos ya que él, y el antropólogo Manuel Uribe, irían a entrevistarlo. Sabían de mi quehacer como reportero gráfico en un periódico diario de Coatzacoalcos, y allá fuimos entonces, hasta la casa de don Arcadio, el último trovador del Sotavento que, ya para ese entonces, era un jaranero leyenda.
Alto, moreno, de largas y rizadas pestañas y pelo cano ondulado, hombre de campo, don Arcadio nos recibió en su casa de dos aguas, de techo de lámina y palma. Era una extensión considerable de terreno donde había gallinas y totoles. La esposa de don Arcadio se ocupaba de los quehaceres cotidianos y, un hermano de él se acercó al desarrollo de la entrevista, pero, en especial, una hermosa niña como de siete años de edad que, don Arcadio, tuvo sentada unos momentos en sus piernas.
Después de los saludos y las presentaciones de rigor, la entrevista se dio en el patio, frente a su casa.
Manuel Uribe comenzó “a disparar” preguntas que, de manera amable, con una voz ronca, madura, don Arcadio contestó, una a una.
Tomé distancia, preparé mi cámara, saqué conclusiones de incidencia de luz y de los ángulos y, comencé también “a disparar”. Fueron fotos en blanco y negro, tomadas con una Nikon Réflex, película de celuloide e hice más de 30 tomas de las que conservo, todavía, los negativos originales; he mandado imprimir algunas de esas fotos –ya casi no hay máquinas para el proceso, pero sí las pueden pasar a un USB y así es más fácil- y las he obsequiado a personas que tuvieron mucho qué ver con don Arcadio quien, como anécdota muy apreciada por mí, me dijo, ya al final de la entrevista, que me iba a regalar su libro: La Versada de Arcadio Hidalgo, de páginas rosadas y cada ejemplar con número de folio.
Don Arcadio buscó entre sus cosas y de pronto sacó el libro, me lo dio y yo, en pleno uso de mis facultades abusivas, le dije: “Don Arcadio, fírmelo por favor”.
El viejo jaranero accedió y le tomé esa foto donde iluminado por un quinqué, que sale en la toma, el último jaranero trovador del Sotavento, de manera despaciosa, puso sencillamente su nombre: Arcadio Hidalgo.
No tengo empacho en decir que es uno de mis tesoros más preciados.

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