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Pablo Jair Ortega

Columna sin nombre

2016-10-19

El problema de seguridad en la zona sur de Veracruz es quizás más complejo que una situación de sumar más elementos policiacos o de las fuerzas armadas a la región.

Lo anterior se debe recalcar porque las dos principales ciudades, Minatitlán y Coatzacoalcos, son bases militares y navales de gran importancia: el primer municipio es cuartel general de la 29 Zona Militar, con dos batallones (otro cercano en Ixhuatlán del Sureste); por su parte, el antiguo Puerto México es Zona Naval Militar, también con una Compañía de Infantería no Encuadrada; a su vez, es sede de una oficina regional de la Policía Federal (existe otra oficina en Acayucan, a una hora de camino).

A lo anterior se añaden corporaciones estatales como la Fuerza Civil y la Policía Estatal, además de algunas municipales. Así que a diferencia de muchos lugares, podemos decir que esta parte del país está bastante reforzada con elementos en el ámbito de sus competencias.

Incluso en los momentos más álgidos de la lucha contra la delincuencia organizada --en los tiempos de Calderón-- llegaron a haber grupos especiales de militares y marinos que patrullaban o se encargaban de tareas específicas. Del mismo modo, desde la PGR y la Marina se coordinaban con los “güeros” (gringos) en tareas de inteligencia.

La zona sur es petrolera, que a su vez es un polo regional que atrae a miles de habitantes de otros estados que vienen a trabajar en la industria. Aquí pueden conocerse chiapanecos, campechanos, tabasqueños, tamaulipecos, pero sobre todo oaxaqueños. A Minatitlán y Coatzacoalcos llega también mucha gente proveniente de municipios veracruzanos cercanos.

Existe también una gran diversidad indígena, donde destacan las etnias nahuas, popoluca y zapoteca. A lo anterior se suma una gran franja rural que colinda con Oaxaca y Chiapas; lugares lejanos a donde las autoridades ministeriales tardan hasta un día en llegar para realizar diligencias. Basta recordar aquella matanza en la comunidad Sánchez Taboada, entre narcotraficantes y policías, que enmarca la clase de violencia que puede llegar a existir.

Es paso obligado para los migrantes centroamericanos que también son carne de cañón de las bandas que operan para el tráfico de humanos, y ya es común que se vean a cientos de éstos pidiendo comida o dinero por las calles.

Por lo anterior, podemos decir que la zona sur es un sitio complejo donde convergen tradiciones y diferentes niveles de educación; la misma forma de vida de los petroleros raya entre lo ostentoso y una forma acomodada de vida, sin que necesariamente sean millonarios. La economía se mantiene estable y la industria petrolera ha forjado una región cómoda con bienes y servicios.

Otra característica es que por años ha sido una zona inundada de expendios de cerveza (como líquido vital para combatir al calor infernal y la humedad tropical de la región); no por nada comenzaron a proliferar los Oxxo’s como un gran negocio. Tampoco dejan de abundar los bares y cantinas en zonas populares o céntricas de ambos municipios.

Una fuente policiaca nos comentaba que un problema con el que se lidia cotidianamente es la admiración de personajes que hacen apología de la delincuencia organizada; esto no sólo es privativo de la zona sur de Veracruz, pero abona en mucho al problema de inseguridad al que se ha enfrentado. La falta de sensibilidad, educación y formación, además de admirar el estilo de vida ficticio en cine y televisión (supuestamente traducido de la realidad) de generar riqueza en poco tiempo, con poco esfuerzo y “muchos huevos”, en total desapego a los códigos no escritos de las antiguas mafias, ha corrompido a más de uno.

No por nada existen noticias de niños que juegan al “sicario” o llegan a niveles espeluznantes de simular entierros o torturas; o que cualquier zopenco se crea “Zeta” o “Cochiloco”.

El desempleo ha golpeado bastante --por el modo de vivir con salarios que difícilmente se alcanzan en otras partes-- así como los vicios y el hambre en zonas marginadas: son una parte de los asuntos en donde tendrían que intervenir estrategias no necesariamente militares o policiacas.

La educación se supone que no debería ser problema: hay tecnológicos, universidades, una Normal, y una vasta oferta de educación básica y media, privada y pública.

Pero hay algo que, como los gringos que se vuelven chiflados y les da por disparar a cuanto cristiano se encuentran en un centro comercial, de repente hace pensar a uno qué será lo que vuelve violentos a los sureños. Si es algo genético o algo que se respira en el ambiente recientemente entre tanto humo, gases y calabaza, porque estas ciudades no eran así, no sufrían así.

En una de esas, más que un ejército de empistolados y de Robocops, se necesitaría otro paralelo de antropólogos, psicólogos y psiquiatras, por aquello de que ese calor tan legendario sólo sobrevive loco o borracho.