7 de septiembre: el sismo que desnudó nuestra sed y hambre de identidad

2017-09-12

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Antes de la conquista española el mundo prehispánico se hallaba poblado por un número de grupos étnicos mucho mayor al de aquellos que sobrevivieron a la bestial guerra ganada por los europeos.
La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) ubicó –con base en el censo del INEGI correspondiente al año 2000- apenas a 65 grupos étnicos llamados también indígenas, en el México actual.
Cientos de culturas nativas simplemente desaparecieron de manera absoluta con su lenguaje, su religión, su organización social, tras la expansión del imperio español de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico e Isabel de Portugal.
Producto de la conquista que inició Hernán Cortés en 1519 surgió el México mestizo que terminó imponiéndose cultural, política, económica e ideológicamente sobre la Mesoamérica original.
El término ideología corresponde con toda claridad al México mestizo.
Entre los indígenas la antropología ubica el concepto cosmovisión para acercarse a su forma de ver el mundo, plantarse en él en todos los aspectos y desde todas las perspectivas de su existencia.
Cosmogonía es una palabra con raíces de la lengua alemana y también griega y abarca múltiples aspectos en la vida de una persona o de una sociedad.
Resulta sumamente complejo separar lo indígena de lo mestizo.
Los mestizos somos más indígenas o afrodescendientes de lo que admitimos o sabemos.
Somos mestizos porque tenemos tres raíces: la indígena, la africana y la europea.
Las tres, empero, no son tres sino cientos, miles de raíces que se reflejan en una identidad profundamente rica, poderosa en sus elementos lingüísticos, religiosos, alimenticios, multiculturales, de vestimenta, médicos, políticos, etcétera.
Contradictoriamente somos al mismo tiempo una nación dividida entre ricos y pobres; unos cuantos son dueños del poder y la inmensa mayoría queda marginada del acceso a las decisiones sobre nuestro camino a seguir como sociedad.
No es gratuito, por ello, que un sismo como el del pasado 7 de septiembre haya afectado esencialmente a pueblos de tres estados ubicados entre los más pobres del país: Oaxaca, Chiapas y Tabasco y que las dos únicas muertes que el huracán Katia dejó en Veracruz hayan ocurrido en un cerro que se deslavó, donde la gente con recursos suficientes no finca casa alguna.
Esta cruenta realidad corresponde, a su vez, a un México que no se conoce.
Dicho de otro modo: a ciencia cierta los mexicanos no conocemos México…
Los mexicanos no conocemos a los mexicanos…
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El Istmo de Tehuantepec se conforma por territorio de los estados de Oaxaca y Veracruz.
Un comparativo macroeconómico –con información del INEGI- establece que en el año 2015 el Producto Interno Bruto de Veracruz fue de 855,795 mil millones de pesos a precios corrientes, lo que representó el 4.99 % de participación en el ámbito de generación de la riqueza nacional de ese año.
Oaxaca, por su parte, generó 274, 524 mil millones de pesos en el mismo 2015 para aportar el 1.60 % a la riqueza del país.
Estas cifras incluyen la creación de riqueza desde los tres ámbitos productivos: el primario, el secundario y el terciario.
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Frente a esta realidad macroeconómica Oaxaca y Veracruz se hermanan por el istmo de Tehuantepec y por el movimiento migratorio que se ha generado entre ambas entidades pero de modo particular desde la entidad oaxaqueña hacia el sur veracruzano.
El motivo principal de esta migración ha sido la explotación petrolera en las poblaciones de Minatitlán –desde principios del siglo XX- así como Coatzacoalcos –con el nacimiento de la industria petroquímica a fines de la década de los años 60s- y el resto de la región.
El petróleo y la industria en general como la azufrera atrajeron durante décadas a ciudadanos nativos de Oaxaca y otras partes del país a otros municipios del sur veracruzano como Agua Dulce, Las Choapas, Moloacán, Nanchital, Cosoleacaque y Jáltipan.
El comercio, la ganadería y la producción agrícola han abierto las puertas de ida y vuelta entre oaxaqueños, gente de todo el sur veracruzano y de otras entidades federativas.
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La cobertura periodística que se ha dado al drama del sismo del 7 de septiembre pasado en la parte del istmo oaxaqueño luce sumamente coja lo mismo que la atención gubernamental.
No he leído en artículos, crónicas, reportajes, notas elaboradas por enviados especiales la referencia puntual a dos aspectos esenciales del istmo oaxaqueño.
Me refiero a su pobreza histórica a partir de la conquista española y la conservación de su identidad étnica, indígena, plural y sobreviviente de un México que los festeja desde la perspectiva del turismo y el folclor pero los niega a la hora de admitirlos como iguales dentro de la diferencia.
Motivo de orgullo patrio sí –la imagen del hombre zapoteco que rescata la bandera de México entre las ruinas del palacio municipal de Juchitán de Zaragoza es parte ya del muestrario poderoso y viral en redes sociales del “ser mexicano”- pero la permanencia de ese hombre y su familia en la marginación histórica cómplice del terremoto devastador de 8.2 grados y sus réplicas no se mueve un milímetro.
Lo periodístico retrata la obviedad: el drama, el dolor, el hambre, la sed; pero no se sumerge en las profundidades dialécticas que ya estaban allí antes del terremoto y son trágicas.
Los periodistas solemos mirar y escuchar la superficie sin acceder a la mirada profunda; a lo que los etnógrafos llaman "la descripción densa".
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Oaxaca ocupa el quinto sitio en la distribución del territorio nacional con el 4.8 % de éste.
Posee el mayor número de municipios del país con 570.
18 de los 65 grupos étnicos reconocidos por la Coordinadora Nacional de Pueblos Indígenas (CDI) tienen presencia en Oaxaca lo que convierte a esta entidad en la más poblada al respecto.
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Ayer, subió a 96 el número de muertes provocadas por el sismo de mayor magnitud en la historia reciente de México.
Oaxaca sigue al frente en las cifras fatales que –insistimos- vinculan al fenómeno natural con la radiografía social del país que tiene en dicho estado, en Chiapas y Tabasco a los pobres entre los pobres…
A millones de mexicanos –la mayoría indígenas- que el INEGI y el CONEVAL enumeran en condiciones de vida sinónimo de hambre, carencias estructurales de salud, vivienda, educación, seguridad, empleo...
41 municipios de Oaxaca han sido afectados por el sismo.
El 80 % del Istmo de Tehuantepec –por el lado oaxaqueño- luce damnificado.
Han muerto 76 oaxaqueños, 15 nativos de Chiapas y 4 de Tabasco.
Juchitán, Unión Hidalgo, Asunción Ixtaltepec y Santiago Astata son los cuatro municipios más dañados en Oxacaca según las autoridades pero hay otros reclamando ser tomados en cuenta y apoyados frente al hambre, la sed y el luto que los embargan.
Reforma de Pineda es uno de ellos.
Juchitán, Unión Hidalgo, Asunción Ixtaltepec y Reforma de Pineda son pueblos de habla zapoteca.
Santiago Astata, por su parte, pertenece a la etnia Chontal, ubicada en la costa oaxaqueña.
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Estos pueblos forman parte de una región considerada parte del proyecto federal de Zonas Económicas Especiales con puntos extremos de enlace en los puertos de Salina Cruz –Oaxaca- y Coatzacoalcos –Veracruz-.
Es fundamental tomarlos en cuenta desde una perspectiva de criterio amplio para la búsqueda de la justicia social y el desarrollo del país que termine con la división entre estados avanzados y estados marginados.
Su pobreza ha sido desnudada una vez más, ahora por un sismo.
Esto obliga al Estado a entender que México es mestizo y multiétnico, definición que abarca elementos mucho más allá de los lingüísticos.
Las Zonas Económicas Especiales deben tomar en cuenta nuestra multietnicidad no desde la visión de "sumarlos al desarrollo" y menos de ´atenderlos´ a partir del asistencialismo.
Sus voces y sus miradas son fundamentales.
Son seres pensantes.
No se puede construir el verdadero México sin su presencia en la mesa en calidad de iguales.

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