La fascinación por la lectura
Los alumnos de las primeras letras sólo necesitan algunos ejercicios bien dirigidos y un poco de reflexión para comprender que lo que ven plasmado en caracteres generalmente negros sobre el fondo blanco de los libros, ofrece a sus ojos las imágenes de las palabras que oyen en las conversaciones, y entra en sus mentes la posibilidad de que pueden ser aprendidas y manejadas por ellos. Como dice Joseph Vendryes: «Muy pronto se acostumbran a esta gimnasia psíquica, que consiste en coordinar la grafía y el sonido, a combinar en la concepción de la palabra las representaciones visuales y las representaciones auditivas».
Con el tiempo esta práctica les va siendo común, aunque comprender un texto es algo más que reconocer cada una de esas palabras. Las palabras aisladas no transmiten información alguna sino que es la relación entre ellas donde se encuentra el mensaje. Para extraer el significado e integrarlo en la memoria son necesarias operaciones que requieren una mayor atención por parte del lector, pues la comprensión del texto siempre exige un gran aporte de recursos cognitivos.
Saber leer no basta para comprender un texto en toda su amplitud y extraer el provecho que se busca, o el placer que se desea. A pesar de la masificación de la comunicación escrita de los últimos años, que además de una gran producción de libros que gustan a los jóvenes y adolescentes, se extiende al internet, celulares, correos electrónicos, facebook, twitter y otros medios, no existe la certeza de que los lectores lean y comprendan exactamente el contenido de la lectura o la información que bajan de internet, ni entender y darse a entender con amplitud en las redes, o en los mensajes electrónicos y de celulares.
La palabra vuela, se extingue en el instante mismo de ser pronunciada quedando como un eco en el recuerdo del oyente y un sentimiento remoto en su memoria. Lo escrito, en cambio, sobrevive al tiempo y queda fijado como un pensamiento de convicción, como una idea que desafía al mundo, al tiempo y al espacio, y el autor sufre de la gloria de una expresión profunda o el olvido infamante cuando lo dicho es algo sin sentido común o sin importancia.
La lectura se asocia al saber, porque a través de ella se pueden obtener aprendizajes en distintas ramas del conocimiento humano. Un libro guía a muchos lectores sobre el mismo tema y en ese proceso de lectura se introduce, la mayoría de las veces, en temas que se relacionan o le llevan a muchos otros que seguramente les causarán fascinación.
El interés por la lectura nace desde el hogar. En el aula se debe realizar lo necesario para fortalecer el hábito o despertar el gusto por la lectura si es que la familia no aporta nada al respecto. Escolarizar estas prácticas es una tarea que puede ser difícil para la escuela, porque los propósitos escolares que se persiguen suelen ser diferentes de los que orientan la lectura y la escritura fuera del centro escolar. La necesidad institucional de controlar el avance del aprendizaje durante el año escolar conforme al Plan de estudio y programa, la mayoría de las veces bajo la supervisión del jefe de enseñanza, del director de la escuela o de la persona encargada ex profeso de supervisar la planeación de la clase, generalmente encuadra a los docentes en actividades que deben cumplir en tiempos determinados y que les obliga a poner en primer plano la evaluación de los alumnos, más que el goce estético.
Hay muchas sugerencias para una lectura eficaz y para ejercitar la concentración, pero muy poco para despertar el placer por la literatura y la poesía. Giovanni Parodi especula sobre el factor económico de la lectura, y nos dice que «se habla de la lectura como un medio de acceso democrático a la información y al conocimiento y, por ende, a la libertad e independencia; también se dice que los pueblos y estados con mayores lectores conllevan a sociedades más desarrolladas desde el punto de vista económico. Ciertamente todo ello y más está involucrado en saber leer, y saber leer y aprender a partir de los textos escritos».
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