El tizne vuela desde temprano en la comunidad. Se respira tierra, se impregna el polvo; el humo de los transportes es espeso y negro como el de las chimeneas del ingenio San Miguel, destino final de la producción cañera local.
Amatlán está a un costado de Córdoba, la que alguna vez fue la próspera ciudad industrial por excelencia en Veracruz. Pasaría desapercibida si no fuese porque aquí existe un penal estatal llamado “La Toma” entre cañales y camiones atascados de carrizos. A unos pasos, en las terracerías, una comunidad pequeña, muy ferviente, llamada La Patrona, en honor la Virgen de Guadalupe.
Desde hace pocos años, un grupo de mujeres son el símbolo de este lugar. Hoy celebran 20 años de labor humanitaria atendiendo a migrantes (principalmente centroamericanos) que viajan a bordo del tren La Bestia, cuya vía parte a su comunidad en dos.
Un rosa mexicano viste a la barda del albergue, cuyas letras capitales rezan LAS PATRONAS. A unos pasos de la entrada se ven varias cajas llenas de bolsas con pan, tortas, botellas de aguas y otros comestibles. Es el alimento rezagado que no se pudo entregar desde anoche: el tren pasó vacío, sin ningún hambriento a quien arrojarle una bolsa.
Al fondo del albergue se ve una cocina al aire libre con ollas de tamaños industriales: cantidades enormes de frijol, puré de papa y huevos con ejote para el desayuno de las decenas de reporteros y representantes de organizaciones que han llegado para celebrar a Las Patronas.
Ahí está Daniel, un hondureño de 17 años que narra su travesía a pie desde Chiapas, donde logró encontrar trabajo “chapeando”; de ahí pasó a Tenosique, en Tabasco; que estuvo a punto de ser capturado en Acayucan, pero una señora lo ayudó confundiéndolo con un zapatero de Rodríguez Clara. Lo dejaron ir.
Desde el interior sale el padre Alejandro Solalinde, director del albergue “Hermanos del Camino” a saludar a los reporteros. Habla fuerte, como es su costumbre. Habla de lo peligroso que sigue siendo Veracruz para los migrantes y de la labor que estas mujeres tan valerosas han logrado concretizar.
“Para mi son 20 años de escuela evangélica, de congruencia cristiana, de testimonio de lo que sí se puede hacer; de una escuela de humanidad y de solidaridad que puede haber entre seres humanos; es una muestra que de lo que puede hacer una mujer misericordiosa, que pasa de ser una defensora, una mujer profética y de la nada, dar todo”.
Señala la contención como una estrategia de estado para asfixiar a los albergues que cuidan a los migrantes: cacerías humanas del Instituto Nacional de Migración, patrullas que les impiden el paso: “El plan de Peña Nieto --expresa-- es no visibilizarlos; es no saber si les pasa algo ni que se les preste ayuda”, en lo que considera un retroceso muy grave en materia de derechos humanos: “se habla muy bien en foros, pero no se cumplen”.
Sitúa al sexenio de Felipe Calderón como el inicio funesto de miles de desaparecidos en el país y que continúan en la actual administración. Toca a Veracruz: “es el primer lugar de desapariciones forzadas, de mujeres, de migrantes y quizás de reclutamiento de sicarios, pero no se sabe nada porque todo se tapa y todo se cubre”.
Advierte que en el futuro podría haber desagradables noticias: dos nuevos lugares donde se entierran cuerpos de manera clandestina, y eso sólo en la región de Córdoba, confirmado a Solalinde por el obispo Eduardo Patiño.
A su lado se ven al menos dos guardaespaldas cuya vestimenta difícilmente los ubica como miembros de fuerzas armadas. Lo que sí es que la Policía Federal envió una patrulla para vigilar. Una logística precaria, sencilla, tan humilde como el lugar. El padre Solalinde expresa no tener miedo: “Ya con todo lo que he dicho y abonado a la conciencia de la gente, me doy por bien servido… Además, les voy a decir una cosa: si me llega a pasar algo, ya me los chingué por adelantado” y suelta la carcajada.
Alrededor de las 11 de la mañana los padres se reúnen en una capilla hecha con láminas en la plaza principal del pueblo; ahí se visten con los ropajes tradicionales del sacerdocio con algunas variaciones: sotanas hechas de manta, túnicas franciscanas y estolas con bordados indígenas. Más fotos para la banda: el obispo de Saltillo, Raúl Vera; Martha Soler, de Movimiento Migrante Mesoamericano, Fray Tomas, el Padre Pedro, el Padre Prisci y el Padre Solalinde. Los flashazos, como rockstars.
Inician desde ahí una procesión de tres kilómetros hasta llegar al cuartel general de Las Patronas. La idea es sentir en carne propia el paso de quienes caminan diariamente al norte del país para buscar una forma más digna de vida. De hecho, el sol parece caer con aplomo, pero se siente una brisa muy fresca, muy peculiar de esta región montañosa. Oxigenante.
Las grises piedras entre los durmientes son las que mayormente hacen dar pasos en falso y enchuecan los tobillos. El olor de excremento de animales se va mezclando con el de humo de leña y basura que se quema en las casas que se encuentran a los costados. Los sacerdotes caminan y son acompañados por músicos tradicionales de Veracruz: jaraneros y huapangueros que van acompañándolos hasta que alguien grita “¡AHÍ VIENE EL TREN! ¡EL TREN! ¡EL TREN!” y todos a bajarse de las vías.
La imponente bestia de metal baja su velocidad porque viene de una curva. Los caminantes se ubican a los lados para dejarlo pasar con su imponente tamaño. Pasan uno, dos, tres, cuatro, veinte, treinta y dos, otros más y sólo un migrante está trepado en el viaje. Es la contención de la que hablaba Solalinde y lo confirman Las Patronas que ya estaban listas con las bolsas con comidas: antes se veían 300 o 200, ahora sólo llegó uno.
En un altar predispuesto para la misa también se ve al Grupo Beta del Instituto Nacional de Migración. Vinieron desde Acayucan y dicen que actualmente la repatriación se está haciendo en menos de 72 horas; con todo y despenalización ya no se les permite seguir adelante.
Ahí también está Claudia Ramón Perea, supuesta encargada del tema migrante en Veracruz, pero sólo llegó a tomarse la foto con Las Patronas. La que abandonó en el extranjero a decenas de estudiantes veracruzanos por no pagarles sus becas, es hoy la encargada de la migración en la entidad.
La procesión termina en misa. La mayoría son reporteros y unos cuantos habitantes de la comunidad. La misa la encabeza Raúl Vera, quien con todos los años encima, habla sin cansancio de cómo un grupo de mujeres transformaron la muerte en alegría y esperanza.
Y es que, como dijo el obispo de Saltillo: 20 años significan miles de migrantes.