“Incendio en Chedraui…dolor de unos, alegría de muchos”

CRÓNICA DE SAMARIA ZAVALA SOBRE EL DESPUÉS DEL INCENDIO DE PLAZA KRYSTAL EN COATZACOALCOS

Zona Sur

- 2011-04-25

“¿Que es peor señorita, comer con plomo o no comer?”.

Esa pregunta, fue la respuesta de Dulce María Hernández -habitante de la colonia la Esperanza- mientras enfrentaba la negativa de los policías intermunicipales que resguardaban los desechos quemados de Chedraui que ella y decenas de vecinos pretendían recoger de un predio donde fueron arrojados…

Dulce María y sus dos hijos habían pasado horas bajo el sol pepenando en la capa de desechos ya revoloteados por otros habitantes…lo poco que se podía rescatar de productos casi carbonizados para poder comer y ocupar lo que la desgracia de unos, le habían regalado.

Pastas de dientes, botes de suavizantes, latas de leche, de atún, de frijol, champú, jabones de baño y de ropa estaban tirados al final de la calle que da acceso a su colonia, tan cercana a la Plaza Cristal, tan lejana de la opción de conseguir comida para un día, o muchos más días…era cosa de ponerse “abusados”…

Una barrera de 5 patrullas separaba a los pequeños, a su mamá y a sus vecinos de la despensa que normalmente se vende en el lugar donde “La familia está de acuerdo” y donde “Cuesta menos”; cosa de slogans…

La joven mujer de unos 40 años, manchada de tizne en manos, pies y ropa, al igual que sus hijos, lloraba y preguntaba: ¿Por qué no quieren que me lleve lo que ya es basura para ustedes?, esto ya está tirado, ¿Por qué mejor no van a agarrar a los maleantes y violadores, en lugar de cuidar a quienes necesitamos de esto que ya está tirado?

Los policías sólo le informaban que eran instrucciones de las autoridades sanitarias evitar que “la gente se llevara los productos que ponían en riesgo su salud”.

Con el coraje en su rostro, expresó que muchas personas desde una noche anterior se habían llevado comida, jabón y muchas cosas más, sin que nadie les dijera nada y dijo que sólo esperaba que lo que había rescatado con ayuda de sus pequeños no fuera a parar en manos de las familias de los uniformados.

A lado de ella, los pequeños de 10 y 11 años ya habían empacado en cubetas y cajas los productos que habían sido parte de la historia del incendio del pasado 22 de abril.

Con la inocencia en sus ojos sólo veían como su madre lloraba ante las cámaras, micrófonos y grabadoras, que tomaban el testimonio de quien sólo quería comer y sacar algo de provecho para la familia.

La pobreza contrasta con el lujo de las Fábricas que desde Francia ofertan ropa, muebles, perfumes allí nomás pegaditos a la bodega que se quemó durante dos días y sus noches en Coatzacoalcos.

Ropa sencilla, caras morenas, descalzos, los niños de Dulce María parecían sólo vestidos de la inocencia. Junto a ella, lucían una especie de cinturón con el color de la esperanza.

Y era inocencia y esa esperanza ni siquiera se apreciaban como objetos de lujo. No era una riqueza la que se hallaba en disputa entre los guardianes del orden y la pequeña familia porteña.

El duelo, el pleito, la lucha, era por comida. Ese era el objetivo: llevar comida quemada a casa y de paso cargar con algunos productos de limpieza.

El más pequeño, descalzo y tiznado comentó al aire: “Yo me tomé un jugo y no sabía feo. Mi hermano comió un chicharrón y no le pasó nada, esto es nuestro, lo sacamos de ahí”, señalaba el predio lleno de productos carbonizados, que se encontraban a las orillas del río Calzadas.

Ante la mirada atónita y desesperada de otros 30 vecinos más que acudieron con cubetas, carretillas y costales, al llamado de la necesidad y la pobreza, la policía se mantenía firme y amenazante, y repetía las instrucciones sanitarias, mientras que otros más llegaban al lugar en compañía de familiares.

Las amas de casa decían “Pero si ya se han llevado cerros de latas de comida. Nosotros no queremos comida, sabemos que nos hará mal, sólo queremos el jabón aunque sea para la ropa, eso que daño puede causar, si no me lo voy a comer”.

En tanto la desgarrada bolsa de azúcar era vista con recelo por Dulce María, esa que se desbordaba sólo por la rasgadura de la bolsa, sin ningún daño aparente.

Treinta minutos bastaron para que sus esperanzas de comer y ganar dinero fueran destruidas. Se le había instruido a la tienda comercial revolver con tierra, remediar y llevarse su basura, para sanear el daño al verter sus desechos en ese predio ubicado a las orillas del afluente.

Un trascabo se llevó, ante la presencia de los vecinos, el poco producto bueno y malo que habían dejado las llamas voraces en aquella bodega.

Todo terminó, Dulce María, sus hijos y las decenas de vecinos ya no tenían nada que hacer, simplemente se dieron la vuelta y se fueron como llegaron, con las manos vacías.

Mientras se salía de aquel confinado lugar a lo largo de la calle principal de la colonias “Esperanza” y “Fidel Herrera Beltrán” se veían más ropas y zapatos manchados, caras felices que una noche antes habían gozado de la libertad de sacar algo de lo que aún “servía”.

A Dulce María no le tocó esa suerte.

Y por eso mandó la pregunta: “¿Que es peor señorita, comer con plomo o no comer?”.

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