De los comentarios de un filósofo: Hobbes

2012-12-17

Thomas Hobbes nació en Wesport (hoy Malmesbury) el 5 de abril de 1588, en un periodo crucial de la historia europea. Su obra política, especialmente el “Leviatán”, es inseparable de este “siglo de la revolución” que acontece en Inglaterra y que habría de dar forma al Estado moderno. Las ideas que maneja en su sistema político le concedieron una posición diferente con respecto a otros pensadores políticos de su tiempo.
Hobbes forma parte de la corriente iusnaturalista cuya máxima aportación es la teoría del contrato. Recogió de Hugo Grocio (1583-1645) la noción de “estado de naturaleza”, pero definiéndolo como un estado de «guerra de todos contra todos», el hombre como lobo del hombre, que lo lleva a una concepción distinta de la teoría del Estado civil, posterior al estado de naturaleza.
Hobbes es reconocido como uno de los grandes británicos que han dejado un legado valioso en el terreno de la filosofía política, pues la repercusión de su concepto de la soberanía fue inmediata en la Inglaterra revolucionaria del siglo XVII, al permitir aislar el concepto del origen divino del poder. Aun más, contribuyó a preparar las bases ideológicas que hicieron posibles la revolución francesa y la americana en el siglo XVIII.
Su influencia llegó al siglo XIX con su identificación del bien con el placer, moral incorporada por la escuela utilitarista de Bentham. Además, resulta patente que su filosofía política tuvo gran influencia en la demolición del pensamiento Medieval y en el desarrollo y afianzamiento de la ciencia en la Edad Moderna. Y aunque ahora muchos de sus conceptos pueden parecernos superfluos, no cabe duda que otros guardan una afinidad con el pensamiento científico contemporáneo. Murió el 4 de diciembre de 1679 en Hardwick Hall, al norte de Inglaterra.
En su comentario “De la imaginación”, reflexiona señalando que cuando una cosa permanece en reposo, seguirá manteniéndose así a menos que algo la perturbe; cuando una cosa está en movimiento, continuará moviéndose eternamente a menos que algo la detenga. Esta última afirmación no es tan fácil de comprender, aunque la razón sea idéntica: a saber, que nada puede cambiar por sí mismo.
Agrega que «los hombres no miden solamente a los demás hombres, sino a todas las otras cosas» erigiéndose en medida de él, sus iguales y todo lo demás. «Después del movimiento, toda cosa tiende a cesar de moverse y procura reposar por decisión propia», pero el hombre no estima en su apreciación, dice Hobbes, la decisión de descanso que advierte por sí mismo.
Trasladamos el comentario hobbesiano sobre los cuerpos sólidos y etéreos y la imaginación y fantasía humanas, al área social y política de su “especialidad”, para pensar que el cambio social requiere de una fuerza que lo impulse o lo retarde. Las aproximaciones que nos revelan las distintas corrientes teóricas es que el cambio social es una alteración significativa de las estructuras o el tejido social, las consecuencias y manifestaciones ligadas a las leyes, costumbres y valores, y el resultado que ello produzca.
Las estructuras no son estáticas, sino procesos en cambio continuos. Hay teorías cíclicas o de grandes etapas; corrientes teóricas de desarrollo económico, vinculadas a los procesos de industrialización o de modernización, al éxito o fracaso de diversos sistemas políticos y a fenómenos como la globalización, la democratización y las formas de izquierda que no han muerto. Las ideologías todavía aspiran a intervenir y marcar rumbos en la historia de las sociedades.
Puede definirse bajo el concepto de evolución-transformación, de ruptura de paradigmas o de cambios para no cambiar y proteger el statu quo vigente. Puede entenderse como visión dinámica, revolución violenta que rompe con el pasado inmediato. Las personas se incorporan a las tesis del cambio social defendiendo una causa de interés particular o de grupo, o con la intención honesta —que en política parece no tener valor—, de mejorar a la sociedad en su conjunto.
gilnieto2012@gmail.com