¡Eso era estudiar!

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2013-07-05

¡Ay qué tiempos, señor don Simón! Para mis adentros no me pude contener esta expresión utilizada por Julio Bracho para titular una de sus películas (estrenada en 1941 con la actuación de Joaquín Pardavé, Arturo de Córdova, Mapy Cortés y Anita Blanch, entre otros) cuando leí lo que líneas de abajo invito a los lectores a leer y disfrutarlas, contenidas en el libro El Colegio Preparatorio de Orizaba, 1824-1910. Continuidad y cambio, del doctor en Historia, Gerardo Antonio Galindo Peláez, que recién editó la Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana dentro de su colección “Biblioteca” y que acaba de ser presentado viernes pasado en Xalapa, hoy hace una semana.
Conozco el texto y la obra porque su edición estuvo bajo mi cuidado. Lo reproduzco porque explica por qué aquellas generaciones de hombres ilustres de Veracruz, como Ignacio de la Llave, Silvestre Moreno Cora, Rafael Delgado y José Miguel Sánchez Oropesa, por sólo citar a unos cuántos, que se formaron en ese Colegio y que llegaron a brillar no sólo en el estado y en el país sino incluso en el extranjero. Su lectura nos da una idea de cuánto cambiaron las cosas, al menos eso opino yo. Pero mejor saque usted sus conclusiones.
En su investigación muy profesional y completa, el autor, Galindo Peláez, encontró testimonios documentales de cómo se tenían que comportar los estudiantes de aquella época, pero también cuál era su disciplina de estudio. Registró:
“Por ejemplo, el Catecismo de urbanidad civil y cris­tiana de Santiago Delgado de Jesús y María, utilizado en el colegio y en otras instituciones educativas de la época, estipulaba que el niño o el joven iniciaría su día pidiendo permiso a su padres para salir a la escuela, besándoles la mano; después tomaría sus libros y papeles necesarios y, sin ‘ruidos, altercados y compañías de otros menos juiciosos’, se dirigiría a la escuela.
“De camino a la misma, debería ‘cerrar sus oídos y guardar su lengua’ de personas cuyas acciones o actitudes fueran ‘bajas y corrompidas’. No correría, ni reñiría y portaría su ropa con decencia. Gritar, empujar o incomodar a los transeúntes era considerado como producto de una ‘grosera crianza’.
“El mismo texto consideraba a la escuela como ‘la casa más respetable y teatro de la civilidad y virtud’. Al llegar a ella lo primero que los jóvenes harían sería ponerse de rodillas frente a la imagen de la Virgen que presidía la entrada y con las ora­ciones del ‘Salve’ le pedirían su ‘iluminación para la virtud y las letras’, le besarían la mano al maestro y ocuparían su res­pectivo asiento para emprender sus tareas.
“Los peores ‘vicios’ por los que podían ser reprendidos eran la mentira, la venganza, la calumnia, las quejas, las acusaciones sin motivo, los juramentos, las palabras, las acciones deshones­tas y callar los agravios de otros contra Dios o el prójimo. En éste último caso, el alumno debería advertir de los mismos al maestro, en secreto, para que los corrigiera. Asimismo, se abstendrían de contar fuera del colegio cualquier cosa bochornosa que sucediera en su interior, tampoco comentarían en el plantel lo que acontecía en su hogar y evitarían el uso de apodos y nombres ‘ridículos’.
“En el interior del aula, el Catecismo insistía en la ‘conside­ración’ que los estudiantes debían tener con el maestro o con personas ‘de respeto’ levantándose del asiento cada vez que alguna de ellas entrara al salón, debiendo permanecer de pie hasta que tuvieran permiso para sentarse. Estar educados en la ‘sumisión, obediencia y buena crianza’ debía ser demostrado con la compostura de sus vestidos, pies, manos, ojos, así como con el cuidado de todos sus movimientos. El trato con sus com­pañeros sería de afabilidad y cortesía, sin ‘excesos de llaneza o severidad’. El enojo, la ira y la soberbia eran intolerables frente al profesor. Comer a deshoras, estar recostado, manosear a otros, jugar y estar con ‘indecente postura’ de pies y ropa eran acciones consideradas ‘indecorosas’”.
Apunta Galindo Peláez que en el reglamento de 1843, se prohibían la amistad “estrecha” entre dos o más alumnos, que más de uno concurriera a los “lugares comunes”, las expresiones y gestos obscenos y las manifestaciones u opi­niones contrarias a la religión, a la piedad y a la moral, y en 1894 hubo otra reforma a la normatividad, que “consideró como faltas al orden detenerse en las cercanías del colegio a las horas de entrada o de salida, formar grupos, estorbar el paso a los transeúntes o provocar cualquier incidente que despertara la censura pública de su conducta”.
¿Y cómo estudiaban? Leamos:
“En la primera mitad del siglo XIX la jornada diaria era muy parecida a la de sus similares novohispanos, a la de los seminarios y a la de otras instituciones de enseñanza con ‘pupilaje’ o alum­nos internos. De acuerdo con el reglamento, el día escolar empezaba a las seis de la mañana con oraciones en voz alta del encargado del dormitorio al que debían secundar los alumnos ‘para dar gracias a Dios por haberles permitido amanecer de nueva cuenta’. A las seis y media ‘tomaban chocolate’ y de siete a ocho estudiaban en los corredores del edificio. Más tarde tenían un breve descanso y ‘almorzaban’ de ocho a ocho y media. De esta última hora a las nueve repasaban sus lecciones. A las nueve en punto entraban a las cátedras y permanecían ahí, ‘con la atención debida’, hasta las diez y media de la mañana. Había media hora para descanso y a las once volvían a estudiar indivi­dualmente. La academia de dibujo, a la que asistían todos los alumnos, tenía un horario de doce a una. A la una de la tarde pasaban al comedor para comer y posteriormente descansaban hasta las dos y media. A las tres volvían a entrar a cátedras en las que permanecían hasta las cuatro y media y después, en otro breve descanso, ‘tomaban chocolate’. De cinco a seis de la tarde repasaban sus lecciones, repetían un descanso de media hora, y de siete a siete y media estudiaban en una sala destinada para el efecto. Una vez terminado el estudio, rezaban el rosario de inmediato y se iban a descansar ‘al toque de silencio para dormir’.”
Jazzministrando
El Instituto de Investigaciones y Estudios Superiores de las Ciencias Administrativas (IIESCA) de la Universidad Veracruzana presentará este viernes a las 6 de la tarde un concierto bastante original, Jazzministrando, para dar a conocer por medio del jazz la gran similitud que existe con la dirección empresarial. El grupo de jazz “Orbis Tertius” de la UV junto con eL doctor Raúl Manuel Arano Chávez, investigador del IIESCA, desarrollaron en conjunto el trabajo, que adentra al mundo del jazz y al arte de administrar un grupo de personas. La presentación será en el auditorio de la Dirección General de Investigaciones (atrás del edificio de la SEV).
Lectores, buen fin de semana, y a votar el domingo. Que ganen sus gallos o sus gallinas.