Un sueño de año nuevo

2012-12-27

Me relata un amigo que hace algunos años tuvo un sueño después de la Navidad que recuerda con mucha claridad. Una noche oscura y fría fue el escenario de las revelaciones que no podía descifrar; una noche cargada de neblina, como en los viejos tiempos de la conservadora Xalapa, ciudad de fantasías y de penumbra, de gustos provincianos y de estudiantes de todos los rincones del Estado.

En el tibio placer de su hogar, con el corazón cargado de añoranzas y nostalgia, pudo al fin conciliar el sueño con las pestañas preñadas de recuerdos y divagaciones. No está seguro si seguía pensando o ya soñaba, pero se vio vagando por el mundo con las alforjas llenas de ilusiones juveniles, de aquéllas que solía abrigar cuando era un adolescente.

Tal vez en su sueño vivió un desdoblamiento de personalidad porque viajaba por el mundo viendo lo que sucedía en distintas partes casi a la misma vez, como si tuviera el don de la ubicuidad, y hasta se sintió capaz de cruzar la barrera del tiempo. Lo cierto es que se sentía interdimensional, como una criatura de la cuarta dimensión disfrutando la anchura, la altura, la profundidad y el tiempo, totalmente fuera de lo lineal, comprendiendo las cosas que no se pueden entender, atrapando y manoseando lo que no se puede asir, precisando aquello que no se puede concebir o imaginar.

Vio desde las alturas a la madre Teresa de Calcuta conviviendo con los leprosos, mirando en cada uno de ellos la imagen viva de Dios. Percibió el gran amor hacia las personas y se llenó de paz. Luego alcanzó, sin aparente relación, una bandada de aves dentro de una corriente de aire frío y tibio, y se encontró en medio de una gran multitud compungida que quería tocar el cuerpo sin vida de Juan Pablo II, gente de muchas nacionalidades y creyentes de varias religiones, junto a renombrados líderes políticos de todas partes del mundo y se preguntó el por qué de aquel inmenso desfile y de aquella heterogénea peregrinación.

De pronto, tuvo que agazaparse entre unas paredes derruidas para evitar ser herido en medio de un bombardeo desenfrenado sin alcanzar a entender dónde estaba. El polvo le golpeaba la cara y escuchaba gritos de dolor y de miedo mientras veía correr a adultos y niños de ambos sexos, con ropas extrañas, buscando salvar la vida. Quiso moverse hacia un lugar más seguro, pero notó que estaba entre unos rieles retorcidos, cerca de un vagón humeante y los gritos de dolor y miedo continuaban, pero no se escuchaba el bombardeo ni sentía arenilla sobre su rostro. El terror le secaba la garganta.

Sintió un empujón y escuchó una voz áspera que le gritaba algo que no entendía. Más golpes y empellones lo obligaron a pegarse contra la pared para ver los rostros de las personas que corrían como locos en ambas direcciones. ¡Qué curioso! –se dijo–. Nunca me había detenido a escudriñar los rostros de las personas. Y ahora veía cientos de ellos desfilando frente a él: rostros severos y preocupados; alegres y despreocupados; tristes y angustiados; pálidos y filosóficos. Gestos que contaban historias diversas, de miradas vivas y opacas, cargadas de esperanza algunas y otras de desconsuelo.

Apenas comenzaba a reflexionar sobre qué tan real podía ser su percepción de la historia personal de aquellas gentes por medio de los gestos y la mirada, cuando reparó en unos jóvenes que flirteaban junto a un convertible que debía ser muy caro. Todos fumaban, posiblemente borrachos o drogados, cuando una de las parejas de adolescentes brincó al auto y con un arrancón salvaje dejó a los demás riendo como dementes. Un suave jalón sobre su brazo lo obligó a fijar su vista en una pequeña harapienta que le pedía una moneda para darle un pedazo de pan a su hermanito semidesnudo. Ambos eran la imagen misma de la desolación, el hambre y el abandono.

Con un nudo en la garganta, trató de buscarse en la bolsa del pantalón una moneda pero su mano resbaló sobre el picaporte de la puerta de un centro nocturno, oscuro, lleno de música, de ruidos extraños, de humo, de olores diversos y fuertes. En el antro había toda clase de personajes: algunos homosexuales y lesbianas mostraban abiertamente sus preferencias; borrachines, drogadictos, caídos en desgracia; en fin, toda clase de viciosos se mezclaban con prostitutas y vividores, llenando la densa atmósfera de una alquimia de sensaciones de vaciedad, de sensualidad, se pasiones prohibidas, de libertinajes y desesperación por arrancarle a la vida algo que no alcanzaban a encontrar.

Pidió un trago porque se sentía alucinado. Al extender la mano recibió un periódico y una revista, y el suave trino de las aves del bello y exuberante bosque en que se encontraba le devolvió la tranquilidad. Qué remanso de paz después que aquéllas escenas. Abrió el periódico y se enteró de un presidente que quería ser rey, que jugaba maquiavélicamente a la política y que no le importaba el destino de sus súbditos. Hasta creó una dinastía de los hijos del Imperio en una república democrática.

Tiró el periódico y hojeó la revista. En la portada hablaban de una campaña presidencial en ese mismo país y en el interior casi todas las páginas trataban de lo mismo: políticos sin escrúpulos, país saqueado, partidos políticos sin ideología y sin propuestas, guerra sucia, descalificaciones, traiciones y un pueblo muerto de hambre. Quiso levantarse pero un murmullo se lo impidió: estaba sentado frente una mesa humilde, entre personas que rezaban una oración y daban gracias por los alimentos.

Oraban por una humanidad mejor, capaz de aprovechar los avances de la ciencia y la tecnología para elevar su calidad de vida como seres humanos, buscando la felicidad dentro de ellos y no en las cosas materiales que les rodeaban. Después charlaron animadamente y le invitaron a compartir la cena. El ambiente era cordial y se sintió como mucho tiempo no lo hacía: vivo, jovial, amante de la vida. Entonces recordó a su familia y pensó que tal vez no había sido todo lo amable y cariñoso, lo buen padre y esposo que en ese momento se sentía. El llanto le convulsionó sin poderlo contener.

Una mano suave lo sacudió por el hombro y lo despertó. Estaba llorando. Su esposa lo miraba sonriente y sorprendida por aquel llanto repentino. Él no le dijo nada, no se sentía capaz de contar aquello que había soñado y tampoco lo entendía. Más tarde escribió su sueño y me lo envió. Feliz Año Nuevo junto a sus seres queridos, decía.

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