Ejemplo del Papa a nuevos alcaldes

Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

2013-07-08

Es posible e incluso es probable que el cien por ciento de los candidatos a alcaldes que ganaron ayer las elecciones sean católicos. A partir del próximo 1 de enero de 2014, cuando tomen posesión del cargo, tendrán cuatro años de tentación para meterle la mano al cajón –Gerardo Buganza dixit.
A tono con la confianza que miles, millones de veracruzanos depositaron ayer en hombres y mujeres que gobernarán los 212 municipios de la entidad y dada su filiación religiosa, no sobraría que además de jurar guardar la Constitución local, es decir, actuar con apego a las leyes, hicieran también un voto de pobreza.
Ello sería en atención al ejemplo del jefe religioso de los católicos del mundo, el Papa Francisco, quien ayer se dijo dolido al ver a un cura o a una monja con un coche último modelo.
El representante de San Pedro en la Tierra, ante 6,000 seminaristas y novicios congregados en el Vaticano, aseguró que le duele ver a un cura o a una monja “con el último modelo de coche” y dijo que han de ser “coherentes” con la pobreza.
“Cuando vemos que el primer interés de una institución parroquial o educativa es el dinero, esto es una gran incoherencia”, señaló el pontífice e indició que el coche “es necesario”, pero insistió en que es mejor un vehículo “humilde”. “Si les viene la tentación de un buen coche, piensen en los niños que se mueren de hambre”, añadió.
¿Les llegarán las palabras del Papa a sus fieles futuros alcaldes de Veracruz que gobernarán a una población de más de siete millones de habitantes, varios millones de ellos pobres o muy pobres; futuros presidentes municipales que prometieron en campaña que no se clavarán ni un solo quinto y que se sacrificarán por sus nuevos representados en especial por los que menos tienen?
Restañar heridas, la gran tarea
Independientemente de los resultados de la jornada de ayer, o de los conflictos que se deriven de ellos, una tarea inmediata, urgente, que deberá emprender el Gobierno del estado será realizar una operación cicatriz, que no se ve fácil.
Fuera de las grandes ciudades, donde el comportamiento ciudadano es otro, más “civilizado” si se quiere, o hasta donde es posible llamarlo así, en los pueblos, en muchas ciudades medias, la división y el encono que nace con ella no es fácil de borrar.
Solamente quienes hemos vivido alguna vez en esos pueblos o ciudades sabemos que a veces las heridas que dejan los procesos electorales municipales son para siempre y que el odio y rencor que nacen se transmiten a través de generaciones.
Que yo recuerde o sepa, nunca como ahora se dio tanta violencia en un proceso electoral en el estado antes de las elecciones y nunca antes hubo muertos, heridos, golpeados, detenidos o secuestrados-levantados aun así haya sido por unas horas, relacionados con el proceso electoral. Ni tantos vehículos incendiados ni domicilios tiroteados.
En la segunda centuria del siglo pasado se dieron casos extremos de violencia relacionados con procesos electorales, pero eso fue siempre por la inconformidad de los resultados de las elecciones, y a lo más que se llegó fue a la toma de palacios municipales, a la quema de algunos de ellos, de algunas casas particulares o al bloqueo de carreteras. Pero fuera de las agresiones verbales entre simpatizantes, no se dieron casos de víctimas mortales.
Incluso los municipios más conflictivos poselectorales se tenían muy identificados, destacando entre ellos Acayucan y Misantla. Dos palacios municipales que fueron incendiados en su totalidad fueron los de Las Choapas y Pánuco.
Solamente en Chocamán, en el sexenio del gobernador Rafael Hernández Ochoa, si no mal recuerdo, alguna vez se dio un incidente serio cuando los priistas se inconformaron por la imposición de un candidato y enfurecidos agredieron al delegado que había enviado el Comité Directivo Estatal, un hombre por cierto con alguna deformación física, y cuando éste se refugió en su coche, los pobladores volcaron la unidad y con todo y delegado lo arrojaron al río. Se salvó y no pasó a más.
Hoy, un repaso a la prensa independiente, impresa y on-line, que es muy poca, casi excepcional, da cuenta pormenorizada de los casos de violencia que se dieron en junio y en la primera semana de julio. Quien la generó y/o quien la permitió, acaso para tratar de inhibir el voto, para asustar a la población o tratar de disuadir a candidatos incómodos, no midió o no cálculo el efecto poselectoral que tendrá como resultado.
Porque no sólo quedan los pueblos divididos, incluso familias enfrentadas, sino un resquemor contra el poder constituido, contra las autoridades responsables de la cosa pública, porque hayan sido o no las responsables, por tener el monopolio de la fuerza pública y del orden (se supone) se les ve siempre con sospecha; y ya se sabe que la división no permite y frena el progreso, el desarrollo.
En esta línea que comento, resulta oportuno el llamado que hizo ayer la Arquidiócesis de Xalapa, a través de su vocero el presbítero José Juan Sánchez Jácome, un llamado apremiante a todos los candidatos y partidos políticos para que muestren sus convicciones democráticas y tengan la madurez necesaria para aceptar los resultados que informen los órganos oficiales.
Creo que ese será un primer paso, un gran paso que deberán dar los contendientes para contribuir al restañamiento de las heridas. Quienes pierdan deberán no sólo aceptarlo abiertamente sino que lo ideal será que salgan a hacer un llamado a sus simpatizantes para que superen de inmediato la derrota electoral y se sumen a los programas y acciones de quienes habrán de ser las futuras autoridades.
No es fácil, no será fácil, como lo apunto al inicio, y tal vez los simpatizantes, que se toman las cosas muy en serio, no hagan caso y no quieran atender ningún llamado, pero nunca estará por demás hacerlo, pues todo intento de unidad poselectoral es y será fundamental para la buena marcha del estado.
Pero el ejemplo, el mejor ejemplo deberán ponerlo primero y antes que nadie las propias autoridades, creando el mejor clima poselectoral. Se me antoja que el conductor de la política del Estado, el gobernador Javier Duarte de Ochoa, una vez que las autoridades electorales confirmen los triunfos, tome el teléfono y llame y felicite a todos los que ganen, sin excepción, y les ofrezca la más estrecha colaboración.
No sólo se vería como un gran político, con sensibilidad e inteligencia, sino que de esa forma tendería puentes para la unidad necesaria, para la gobernabilidad del estado e incluso hasta para abonar el terreno con miras a la conclusión de su sexenio.