Los años ganados a la vida

2013-01-21

Respiramos los aires del año 2013 que llegó con fríos y lluvias, entre olores a pólvora y abrazos. Felicidades para quienes lo abordan con la suave continuidad de las alegrías y crudas... realidades. Algunos hasta con propósitos de renovación, de terminar viejos proyectos inconclusos, curarse de alguna enfermedad, perdonar afrentas, establecer nuevas o mejores relaciones en todos los ámbitos y aspectos. Un año más que hemos ganado a la vida.
La abuela de mis hijos, de más de cien años, reposa agotada, rodeada de sus hijos y algunos nietos y bisnietos. Siempre ha sido una persona sana. No es diabética ni hipertensa. Escucha perfectamente bien y está muy lúcida y aguda en sus comentarios, algunos de ellos rebosantes de picardía. «Tiene mucha más lucidez mental que varios de los presentes», dijo un familiar en voz baja, temeroso de ser escuchado.
Mi abuela, la de las cavilaciones, es muy parecida a ella, sólo un poco más seria. Ambas parecen entenderlo todo y miran la vida con una transparencia clarividente, como si tuvieran una bola de cristal. Miran el alma a través de los ojos de las personas, entienden lo que otros sienten con sólo escuchar el tono de la voz, comprenden los pesares, comparten alegrías, mitigan penas ocultas. «Cuando ustedes van, yo ya estoy de regreso» suelen decir, refiriéndose a casi cualquier cosa de la vida en comunidad familiar.
La abuela de mis hijos (y por tanto también mía) es Macheya; la mía (y por tanto también de ellos) es Flora. Macheyita y Florita, las abuelas que nacieron con el siglo pasado. Una se hizo en el campo, entre flores y vacas. La otra se hizo en el pueblo, al calor del fogón, preparando platillos. Macheyita enviudó hace casi 49 años, quedándose con 9 hijos: dos varones y 7 mujeres, cinco solteros y cuatro casados. Los nueve tuvieron participación a partes iguales en el reparto de los bienes del difunto, un conocido y próspero ganadero de la Huasteca Veracruzana.
Cada hijo e hija fue un capítulo que se agregó a la historia de su vida, pues compartió los pesares y alegrías de cada uno de ellos. Sus casi 40 nietos procrearon a más de cien bisnietos y una docena de tataranietos hasta el día de hoy, llenándola de una riqueza espiritual que se prolonga hasta las ramas extendidas de su árbol genealógico. Vivir las vidas de todos los hijos y seguir algunas líneas de la descendencia llenó su propia existencia y le dio motivos para sobrellevar su viudez sin pesares propios, prodigando cariño, repartiendo atenciones, siempre con la frase de aliento, con la cálida sonrisa, con los brazos abiertos.
Ella misma cuenta cómo se formó la simiente. Don Alberto Nava la enamoró y se la robó en un caballo prestado, montándola en ancas, bien abrazada de él, cuando eran unos chamacos. Entusiasmada, ella brincó los alambrados tirando por encima de los cercados la bolsa con sus pocas pertenencias para llegar a la cita y él la llevó, caballeroso, a la casa de su madre para que allí esperara los trámites de la unión civil. Eran otros tiempos, no cabe duda.
Macheyita languidece por el paso de los años, rotos muchos de sus amores, angustiada últimamente por su descendencia que mira la vida bajo nuevas perspectivas, no siempre mejores. Despidió valiente a dos de sus hijos, Dimas y Licha (la querida madre de la madre de mis hijos), a quienes todavía extraña y recuerda con cariño, esperando muy pronto reunirse con ellos y con su amado, después de más de un siglo de alumbrar como un sol a su vasta familia.
Más de un siglo ganándole a la vida los años que ha disfrutado, llenos de ternura, de sucesos que sus hijos y nietos recuerdan con nostalgia. Más de un siglo de remembranzas tejidas con los hechos cotidianos, asumido el papel de mamá grande (Ma' Celia = Macheya) después de la muerte del abuelo a causa de un infarto. Le ha ganado a la vida un gran espacio, lleno de calidez y entusiasmo, de consejo y apoyo. Y aunque está librando su última batalla, ya vio la luz de 2013.
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