La evaluación educativa (PRIMERA PARTE)

2013-03-18

Con motivo de la reforma constitucional al artículo tercero, uno de los temas a debate es la evaluación. Se tendrán que cambiar esquemas y preceptos para poder ir a conceptos más complejos y profundos que los habituales. Evaluar es reflexionar sobre la forma de enseñanza y de aprendizaje logrado, para proporcionar información confiable que ayude a tomar decisiones en los niveles que corresponda, desde el aula hasta las cúpulas administrativas.

A decir de María Antonia Casanova, el sistema educativo se justifica en la evaluación. Ella, por el contrario, considera que si los centros escolares no se centraran en la evaluación, se centrarían en la enseñanza y el aprendizaje, “en apoyar al alumnado para que se desarrolle en función de sus capacidades” (La evaluación educativa. Escuela básica, Ed. Muralla/SEP, 1998). La cultura de examinar y calificar con notas “sólo demuestran la posesión de aprendizajes intrascendentes en la mayoría de los casos, [olvidando] el proceso permanente de aprender” (Op. Cit., p. 21).

En México, considerando las condiciones sociales y pedagógicas de la cultura escolar, el examen ha sido un elemento presente que sería muy difícil de superar. Descansa en la idea de que el dominio de un mínimo de habilidades y conocimientos básicos es imprescindible para la formación de los educandos.

Aún cuando sólo se evaluaran los procesos efectuados como refuerzo y ajuste se estarían necesitando, por costumbre o rutina, o para mostrar a los alumnos, padres y directivos, las evaluaciones parciales del aprendizaje de los alumnos. Ante este planteamiento lo mejor es pensar que la evaluación se contemple al servicio de la enseñanza y el aprendizaje, como una estrategia para mejorar ambos procesos; para apoyar, orientar, reencauzar, reforzar al maestro, al alumno y a los padres de familia.

Para L. J. Cronbach, la evaluación es un elemento retroalimentador de lo que se evalúa, y otros autores destacan que su objetivo “es tomar una decisión que, en muchas ocasiones, se inscribirá en el marco de otro objetivo mucho más global” (Op. Cit., p. 31). No es para emitir un juicio, una comprobación, una etiqueta; ni para amenazar o establecer la idea de resolver cuestionarios simplemente para acreditar, porque con estas actitudes sólo se pierde la esencia del proceso de aprender, el más desprotegido de ambos.

Por otro lado surge la necesidad de evaluar la actividad educativa en su conjunto, lo cual no es fácil, pues “la evaluación no está incorporada de modo sistemático al desarrollo del sistema [educativo], a la vida de los centros [escolares] o a los diversos programas que se llevan a cabo. Por lo tanto, no constituye un quehacer habitual” al que estemos, metodológicamente, acostumbrados (Op. Cit., p. 34).

Hasta el momento, de manera institucional, únicamente se ha evaluado el aprendizaje de los alumnos (ENLACE), pues las evaluaciones del sistema educativo (EXCALE) y de los docentes (Carrera Magisterial) han sido parciales, por muestreo (igual PISA) y voluntad propia, respectivamente. Retomando un fundamento de la autora, la prueba ENLACE adolece de fallas para servir como parámetro evaluador pues su resultado depende “de lo que hagan o dejen de hacer los alumnos”, señalados como la única medida para determinar la buena o mala salud del sistema educativo mexicano.

El rendimiento de los alumnos no depende exclusivamente de su esfuerzo personal o de su capacidad innata de aprendizaje, ni de las competencias docentes del profesor. Se incorporan en este complejo proceso de enseñanza y aprendizaje la organización general del sistema educativo, su administración y la de los centros escolares; los métodos de enseñanza sugeridos por la autoridad correspondiente y la experiencia del profesor, los padres de familia que desde el hogar inciden en el interés por el aprendizaje, en las actitudes de los menores, su alimentación, su seguridad, los hábitos y valores, el uso del tiempo libre, etcétera. (Continuaremos).

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