La educación en el México independiente

2013-05-08

La formación de las diversas sociedades —incluidas las culturas precolombinas— les llevó a constituir una educación formal con la finalidad de educar al pueblo acorde a las ideas y costumbres imperantes en su momento, para afirmar su continuidad. Pero los tiempos cambian y la educación introduce el concepto de progreso y, con él, el de transformación social.

México soñaba, desde sus inicios, con un futuro de gran riqueza y felicidad, pero esa ingenuidad no les permitió darse cuenta de los muchos obstáculos en el camino de la prosperidad social y la democracia política. La educación parecía ser una cura infalible contra la pobreza, la ignorancia, la incomunicación y la insalubridad que les aquejaba, y no dudaban en afirmar que en la Colonia los españoles mantuvieron a la Nueva España en la ignorancia como una política perversa de dominio, asegura Anne Staples.

Carlos María de Bustamante aseguraba en “La avispa de Chilpancingo” la existencia de temible espías del régimen virreinal: «Pregúnteme usted por el estado de nuestra ilustración, y ya le he dicho que no es correspondiente a la brillantez de la gran México: los hombres están como aletargados, y semejan en gran parte a un niño sobrecogido de espanto; aún no salen del susto que les dieron sus opresores, todavía hablan mirando hacia todas partes como despavoridos, y como que temen que haya quien los escuche y vuele a delatarlos…». El yugo español y el temor a la censura habrían de imponerle a México un costo social.

El analfabetismo era enorme. Lucas Alamán presentó a la diputación provincial de México en 1828 la “Instrucción para el establecimiento de escuelas, según los principios de la enseñanza mutua…” donde expone lo siguiente: «Si bajo el gobierno despótico ha podido dudarse si era conveniente extender las luces y la cultura a las clases menos acomodadas de la sociedad, no puede suscitarse igual cuestión bajo la influencia de un régimen que debe apoyarse sobre la base sólida de la ilustración general».

La primera enseñanza era conferida por la Constitución a los ayuntamientos, los cuales no tenían fondos económicos para su mantenimiento. Muchísimos lugares carecían de escuela. Algunos la tenían, pero el maestro no estaba capacitado o muy mal pagado como para que resultara provechosa a la población. Dice Alamán que algunos gobiernos estatales adoptaron el método de enseñanza mutua, también conocido como lancasteriano o monitorial, consistente en enseñar a un grupo de alumnos para que los más destacados repitieran a sus compañeros lo que habían aprendido.

En las “Memorias de mis tiempos” Guillermo Prieto describe una escuela particular de primeras letras donde estudió allá por 1825, cuando tenía siete años, donde permanecía hasta las cinco de la tarde. Él mismo reconoce que, junto con la escuela de Chousal, «eran las escuelas de la gente decente» que enseñaban «con dedicación a leer y escribir, las cuatro reglas de cuentas y un poco más, y doctrina cristiana con toda perfección». La palmeta, la disciplina y el encierro eran los castigos comunes, más suaves que los castigos de las escuelas públicas.

Sobre la educación universitaria Manuel Baranda informa «que los cursos en apariencia seguían siendo los mismos que durante la colonia, pero que ahora el contenido era distinto». Expresa que «el derecho patrio carecía de escritores elementales que llenaran completamente su objeto, y por eso se hacía uso más generalmente de autores españoles a quienes se les agregaban ciertas noticias sobre leyes particulares del país». Baranda reconoce la existencia de muy pocas escuelas adelantadas, los fracasos del gobierno y menciona mucho de lo que hay por hacer.

En los primeros años de vida independiente hubo muchos proyectos y pocas realizaciones. Urgía que se alfabetizara a las masas populares. En tales condiciones la educación fue víctima de los excesos de la época y de los grupos políticos e ideológicos que querían imponer sus ideas, así como de las escuelas confesionales con máscara de caridad y filantropía. La educación oscilaba entre la intención, lo ficticio y la frustración.

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