La evaluación educativa (SEGUNDA PARTE)

2013-03-29

Para evaluar la actividad educativa en su conjunto, además de la evaluación de los alumnos, se debe tomar en cuenta la influencia del resto de los elementos del sistema, como son la organización escolar, la competencia de los profesores, el apoyo de los padres de familia, las condiciones socioculturales del entorno y la legislación escolar, esta última de primordial importancia puesto que es la que regula el funcionamiento del sistema educativo y sus líneas básicas de actuación.
El hecho educativo tiene lugar en el aula y en el ambiente de los centros escolares como consecuencia de la interacción profesor-alumnos, alumnos-alumnos y de la comunicación formativa del centro escolar y de los padres de familia. Enlace, como ya dijimos, no es suficiente para desprender de sus resultados una evaluación general del sistema; es un esfuerzo valioso, sí, pero no suficiente, porque ha servido para clasificar, para obtener listados, etiquetar, alentar la competencia desleal, hacer comparaciones sin equidad educativa, sin llegar a la profunda desigualdad de las escuelas, ni entrar en la validez y confiabilidad de la prueba en sí, ni de sus alcances y propósitos.
No se puede pensar que de esta manera se consigue mejorar la educación. Enlace nació mal, sin la motivación adecuada para los alumnos ni el interés de los padres, debido quizá a la falta de objetivos enfocados a la mejora y a la revisión de resultados para proponer acciones en el aula y la escuela. Seguramente al comenzar este proceso su principal designio fue encontrar los estándares para una prueba universal, aplicable a todo el país, desde escuelas urbanas de organización completa hasta escuelas primarias rurales unitarias.
Evaluar no es simplemente medir. Sus objetivos «no se limitan ya a comprobar lo aprendido por el alumnado cada cierto tiempo, sino que amplían sus expectativas y posibilidades y cubren un campo más extenso, más completo, pues la evaluación se incorpora, desde el principio, al camino del aprender y enseñar, y ofrece, en consecuencia, mayores aportaciones y apoyos al conjunto del proceso que transcurre.» (María Antonia Casanova “La evaluación educativa. Escuela básica”, Ed. Muralla/SEP, 1998:101).
Cuando el modelo de evaluación atrae los objetivos educativos y dirige los procesos de enseñanza, los alumnos aprenden para “aprobar”, para contestar un examen. Las estrategias de aula se condicionan a preparar al alumno para que resuelva dicho examen mientras el proceso de enseñanza y aprendizaje se empobrece y el ambiente escolar se ignora. Por eso la prueba PISA resulta un instrumento muy complicado de resolver, elaborado como es en otro contexto, bajo otros objetivos y condiciones.
Si consideramos que cada niño es un potencial humano diferente y que la educación camina siempre desfasada en sus objetivos porque prepara en función de ahora a niños que vivirán mañana, y en muchos casos, en palabras de algunos docentes que reconocen el estado actual de la educación, educamos en escuelas del siglo XIX, con métodos del siglo XX a niños del siglo XXI. Tal vez estaremos de acuerdo que en materia de evaluación hay que reflexionar, como una cuestión previa —lo he comentado varias veces en este medio—, sobre el «sistema educativo como un todo interrelacionado, en el que la totalidad de sus partes deben funcionar en una misma dirección, con unos mismos objetivos..., con unas bases comunes que respondan a la filosofía del sistema y a lo que se pretende con él» (Casanova, 1998:103).
Hasta la OCDE cuestionó el enfoque con el que el gobierno de Felipe Calderón implementó la evaluación en el sistema de enseñanza nacional, pues lejos de ser un sistema integral de evaluación, una herramienta para la mejora del aprendizaje, se convirtió en un «instrumento de medición y rendición de cuentas», con muy poco o nada de retroalimentación o asesoramiento para mejorar el desempeño y las prácticas docentes y escolares de alumnos, maestros y escuelas.
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