Filosofía y pedagogía. Su vigencia en el tiempo.

(PRIMERA PARTE)

2013-04-15

La historia del pensamiento filosófico es un tema apasionante que nos lleva paso a paso a través de los esfuerzos que hicieron los grandes pensadores por comprender el entorno que les rodeaba, explicarse los fenómenos cotidianos de su hábitat, entender la naturaleza humana, las posibilidades de desarrollo y creatividad, la convivencia, la virtud, la felicidad, y apropiarse de una concepción de Dios para expresar aquello que no podían explicar ni entender.

Desde la filosofía pre-socrática hasta la filosofía contemporánea no quedan ideas perdidas, no hay ideas que deban desecharse, pues la inquietud natural del hombre le lleva de una idea a otra, las confronta, las considera inválidas, las adopta, le provocan dudas, las rechaza, o bien, algunas son de avanzada en el momento en que fueron expresadas y por ello esperan el instante adecuado para volver a relucir brillantes, como si fueran nuevas.

Este devenir de las ideas filosóficas nos lleva muy de cerca, en cada caso, a una concepción pedagógica en cuanto a que son formas de vida, interpretaciones de una realidad, explicaciones sobre las personas, el mundo y la vida. En fin, que las ideas filosóficas que representan la historia del pensamiento humano, avanzan paralelamente a las ideas pedagógicas, pues todo conocimiento necesitó ser transmitido y, en un proceso pedagógico y dialéctico, ser analizado, mejorado o superado.

Las ideas de los clásicos de la filosofía continúan vigentes, cosa que no ocurre con la historia de las ciencias, por ejemplo, pues los nuevos conocimientos la van haciendo obsoleta. La filosofía pre-socrática se basa principalmente en la observación como herramienta para inferir una explicación del mundo que les rodea. Sirve, desde mi punto de vista, como un ejemplo sobre la curiosidad y el interés por el saber, la inquietud por deliberar lo observado como una manifestación de la naturaleza.

Todos aquellos grandes pensadores dejaron un valioso legado en su recorrido, en un mundo griego muy rico en tendencias pedagógicas. El amor por el saber, por el acto de buscar el conocimiento, que en sí mismo implica un proceso pedagógico, diríamos hoy, autodidáctico, bajo circunstancias muy severas a la que cualquier autodidacta de estos tiempos de la de la información y el ciberespacio pudieran enfrentar. Nos dejan un ejemplo de perseverancia y tesón.

Hace años, estudiando un diplomado sobre constructivismo, me atreví a decir que Sócrates fue el primer constructivista, pues él ayudaba a parir las ideas que habitaban confusas en sus interlocutores, por más que se sintieran muy seguros de su saber. La mayéutica como estrategia didáctica, aquella forma socrática de preguntas y respuestas con la que guió al público en el ágora —nosotros a los alumnos en el aula— puede ser todavía utilizada con los alumnos para ayudarlos a construir su conocimiento.

Los sofistas y sus máximos representantes —Protágoras, Gorgias, Hipias, Antifón—aparecen como los primeros maestros que cobraron por impartir sus enseñanzas. Prevalece cierto criterio de que abusaron de la retórica y la exposición. Y aun cuando la historia les reconoce acciones importantes, la exposición es una práctica en desuso.

Platón y el mito de la caverna pueden compararse con algunos maestros que no quieren ver una realidad social manifestada en el aula. El salón de clase sólo es reflejo de las sombras de un mundo que no atiende a la realidad ni promueve la claridad de ideas que debieran darse en ese espacio de trabajo. Muchos profesores no se interesan por actualizarse, por aprender cosas nuevas; se niegan a comprender el sutil hilo conductor que les permita facilitar el aprendizaje, juegan con el bagaje adquirido en la escuela que los formó como docentes y en aras de representar a la autoridad en el aula abusan de un protagonismo poco productivo en términos pedagógicos.

Aristóteles con su lógica y metafísica nos permite abrevar nuevas concepciones de modelos didáctico-dialécticos para la adquisición de competencias. Apropiarnos de todos estos saberes nos daría sensibilidad como maestros, puesto que es deber de cada profesor llegar a un nivel superior de conciencia que le permita evolucionar como personas, como docentes de un sistema educativo, para poder realizar mejor su quehacer en el aula y comprender, participar, hacer suyas o rechazar con fundamento y conocimiento de causa las políticas públicas educativas.

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